Jacint Verdaguer i Santaló



PREDICANT ALS AUCELLS

Va l’Apòstol de l’amor
per una selva d’Itàlia;
l’amor que sent per Jesús
ja no cap dins la seva ánima.

Ne parla als rius y a les flors,
i pins i roures abraça.
És desterrat Serafí
que del cel sent enyorança

D’alegria tot cantant
los aucellets l’acompanyen;
los que trastegen pel bosc
voleien de branca en branca;
los que volen per lo cel
paren atents la volada.

Francesc los vol predicar,
sota un roure s’aturava.
Sobre l’herba es posen uns,
los altres sobre les mates,
los més estimats de tots
damunt sos genolls y espatlla;
cada bri d’herba en porta un,
cada arbre una nuvolada.

– ¡Germanets aucellets, -los diu,-
lo Criador quant vos ama!
Sense sembrar ni segar
teniu sempre en vostra taula
la llavor d’herbeta humil,
de la font la gota d’aigua,
si en lo calze d’una flor
no voleu beure rosada.

Com no fileu ni cosiu,
Déu vos vesteix i vos calça;
vostre vestit i calçat
valen més que d’or i plata.

Vos dóna per llit un brot,
una fulla per teulada,
gentils boscúries per niu,
lo cel i terra per gábia.

Aucellets, los meus germans,
lo Criador quant vos ama!
Ameu-lo, volsaltres, bé,
que amor ab amor se paga;
canteu-li a l’hora de l’alba
d’amor la dolça cançó
que els homes han oblidada!-

Tot predicant als aucells
Sant Francesc s’extasiava.
Ells, per fer-li reverència,
sos jolius capets abaixen;

l’aureneta estira el coll,
la perdiu estira l’ala,
alçant los ulls cap al sol
obre son bec la calándria,

fa la’atleta el passerell,
saltirons la cogullada,
fent pujar i fent baixar
sa cogulla franciscana.

Quan Francesc los beneeix,
un sospir d’amor exhalen
i algun diví rossinyol
preludia ab la seva arpa.

Del signe sagrat que fa
pren la forma l’aucellada,
que cantant se’n vola al cel
com una creu que s’hi exampla
de llevant cap a ponent,
de migdia a tramuntana.

Així la creu de Jesús,
que el màrtir d’amor abraça,
serà duita a tot lo món
pels fills de l’Ordre Seràfica,
que pobres com los aucells,
ja entonen per monts i planes
d’amor la dolça canço
que els homes han oblidada.

Jacint Verdaguer i Santaló


PREDICANDO A LOS PÁJAROS

Va el Apóstol del amor
por una selva de Italia;
el amor que siente por Jesús
ya no le cabe en su alma.

Lo cuenta a los rios y a las flores,
y pinos y robles abraza.
Es Serafín desterrado
que del cielo siente añoranza.

De alegría cantando
los pajaritos lo acompañan;
los que andan por el bosque
vuelan de rama en rama;
los que vuelan por el cielo
paran atentos el vuelo.

Francisco quiere predicarles,
bajo un roble se detiene.
En la hierba se posan unos,
los otros sobre las matas,
los más queridos de todos,
sobre sus rodillas y espalda;
en cada brizna de hierba hay uno,
en cada árbol, una nube.

Hermanitos pajaritos, -les dice,-
el Creador, cuánto os ama!
Sin sembrar ni segar
tenéis siempre en vuestra mesa
la semilla de hierbita humilde,
de la fuente, la gota de agua,
si en el cáliz de una flor
no queréis beber rociada.

Como no hiláis ni coséis,
Dios os viste y os calza;
vuestro vestido y calzado
valen más que de oro y plata.

Os da por lecho un brote,
una hoja por tejado,
amables espesuras por nido,
el cielo y tierra por jaula.

¡Pajarillos, mis hermanos,
el Creador, cuánto os ama!
¡Amadlo vosotros, bien,
que amor con amor se paga;
cantadle a la hora del alba
la dulce canción de amor 
que los hombres olvidaron!

Predicando a los pájaros
San Francisco se extasiaba.
Ellos, por reverencia,
sus alegres cabecitas bajan;

La golondrina estira el cuello,
la perdiz estira el ala,
alzan los ojos al sol,
abre el pico la calandria,

Hace el atleta el gorrión,
saltitos la cogullada,
haciendo subir y bajar
su cogulla franciscana.

Cuando Francisco los bendice,
un suspiro de amor exhalan
y algún divino ruiseñor
preludia con su arpa.

Del signo sagrado que hace
toma forma la bandada,
que cantando vuela al cielo
como una cruz que se ensancha
de levante hasta poniente,
de mediodía a tramontana.

Así la cruz de Jesús, 
que el mártir de amor abraza,
será llevada a todo el mundo
por los hijos de la Orden Seráfica,
que pobres como los pájaros,
ya entonan por montes y llanos
de amor la dulce canción
que los hombres olvidaron.

Jacint Verdaguer i Santaló


PREDICANDO A LOS PÁJAROS

Va el apóstol del Amor
por una selva de Italia,
y el amor que por Dios siente
ya no le cabe en el alma.
Habla a los ríos y flores
y a los árboles abraza.
Es serafín desterrado
que de Dios siente añoranza.
Cantando, llenos de gozo,
los pájaros le acompañan:
los que trinan en el bosque,
volando de rama en rama,
y los que el espacio cruzan,
atentos, su vuelo paran.
Francisco les quiere hablar
y bajo un roble se para.
Los pájaros en el césped
se posan unos, en matas
otros se paran, y otros
en sus rodillas y espaldas.
Cada brizna tiene un pájaro
y hay varios en cada rama.
-Hermanas aves- les dice-,
¡cuánto el Creador os ama!
Sin sembrar ni coger nunca,
siempre en vuestra mesa se hallan
semillas de humilde hierba,
de la fuente gotas de agua,
si en el cáliz de una flor
la queréis beber más clara.
Como no hiláis ni coséis,
el Señor os viste y calza,
y vuestro traje y calzado
valen más que oro y que plata.
Un brote os brinda por lecho
y por techo la enramada,
bellos boscajes por nido
y cielo y tierra por jaula.

Mis hermanas avecillas:
¡cuánto el Creador os ama!
Amadle vosotras, pues
amor con amor se paga.
Cantadle al atardecer
y cantadle a la alborada
la dulce canción de amor
que el hombre tiene olvidada.

Y predicando a las aves,
San Francisco se extasiaba.
Las aves, por reverencia,
sus vivas cabezas bajan:
la golondrina se inclina,
la perdiz bate sus alas
alzando al cielo sus ojos;
abre el pico la calandria;
la rueda hace el pajarel,
da saltos la cojugada,
bajando y subiendo a un tiempo
su cogulla franciscana.
Al bendecirlas Francisco,
trinos amorosos lanzan
y algún ruiseñor divino
comienza a tañer su arpa.
Del signo sagrado que hacen
toman la forma sus alas,
y vuelan cantando al cielo
como una cruz que se ensancha
del Levante hasta Poniente,
del Sur a la Tramontana.
Así la cruz de Jesús
que el mártir de amor abraza
será llevada doquiera
por los de la Órden Seráfica,
que pobres, como las aves,
por valles y por montañas
cantan la canción de amor
que el hombre tiene olvidada.

Jacint Verdaguer i Santaló