¡Feliz 2018!







¡FELIZ 2018!


Y con esto y un bizcocho,

otro año ya está hecho,
y el que llega, por derecho,
es el Dos Mil Dieciocho;
medito en qué me reprocho
y en qué me causó alegría
en cada mes, cada día,
de este Dos Mil Diecisiete,
y, aunque en el cajón se mete,
¡gracias por su compañía!

Y a todo aquel que me lea,

se encuentre exultante o pocho,
el que escribe le desea:
¡Feliz Dos Mil Dieciocho!

Jesús María Bustelo Acevedo

Romance de la Mente y el Corazón



ROMANCE DE LA MENTE Y EL CORAZÓN

- ¿Qué te pasa, Corazón,
que pareces como ausente?

- Es sólo que no me escuchas,
pues yo estoy contigo siempre...

- Sí te escucho... Te oigo andar
con tu compás permanente...

- Mis latidos son los ecos
de la Verdad que se siente...

- La Verdad... ¿qué otra verdad
puede haber sino la muerte?

- Ay, amiga, quien la busca
es normal que se lamente...

- Yo no sé qué es la Verdad,
pero sé que tú no mientes...

- Pues si sabes que no miento,
será tuya eternamente...

- Siempre que tú estés conmigo...
- Siempre que jamás me dejes.

Jesús María Bustelo Acevedo

Ramón María del Valle-Inclán



AVE SERAFÍN

Bajo la bendición de aquel santo ermitaño
el lobo pace humilde en medio del rebaño,
y la ubre de la loba da su leche al cordero,
y el gusano de luz alumbra el hormiguero,
y hay virtud en la baba que deja el caracol
cuando va entre la hierba con sus cuernos al sol.

La alondra y el milano tienen la misma rama
para dormir. El búho siente que ama la llama
del sol. El alacrán tiene el candor que aroma,
el símbolo de amor que porta la paloma.
La salamandra cobra virtudes misteriosas
en el fuego que hace puras todas las cosas:
es amor la ponzoña que lleva por estigma.
Toda vida es amor. El mal es el Enigma.

Arde la zarza adusta en hoguera de amor,
y entre la zarza eleva su canto el ruiseñor,
voz de cristal que asciende en la paz del sendero
con el airón de plata de un arcángel guerrero,
dulce canto de encanto en jardín abrileño,
que hace entreabrirse la flor azul del ensueño,
la flor azul y mística del alma visionaria
que del ave celeste, la celeste plegaria
oyó trescientos años al borde de la fuente,
donde daba el bautismo a un fauno adolescente
que ríe todavía, con su reír pagano,
bajo el agua que vierte el santo con la mano.

El alma de la tarde se deshoja en el viento,
que murmura el milagro con murmullo de cuento.
El ingenuo milagro al pie de la cisterna
donde el pájaro, el alma de la tarde hace eterna.
En la noche estrellada cantó trescientos años
con su hermana la fuente, y hubo otros ermitaños
en la ermita, y el santo moraba en aquel bien,
que es la gracia de Cristo Nuestro Señor. Amén.

En la luz de su canto alzó el pájaro el vuelo
y voló hacia su nido: una estrella del cielo.
En los ojos del santo resplandecía la estrella,
se apagó al apagarse la celestial querella.
Lloró al sentir la vida: era un viejo muy viejo
y no se conoció al verse en el espejo
de la fuente; su barba, igual que una oración,
al pecho dábale albura de comunión.
En la noche nubaba el Divino Camino,
el camino que enseña su ruta al peregrino.
Volaba hacia el Oriente la barca de cristal
de la luna, alma en pena pálida de ideal,
y para el santo aún era la luna de aquel día
remoto, cuando al fauno el bautismo ofrecía.

Fueran como un instante, al pasar, las centurias...
El pecado es el tiempo: las furias y lujurias
son las horas del tiempo que teje nuestra vida
hasta morir. La muerte ya no tiene medida:
es noche, toda noche, o amanecer divino
con aromas de nardo y músicas de trino:
un perfume de gracia y luz ardiente y mística,
eternidad sin horas y ventura eucarística.

Una llama en el pecho del monje visionario
ardía, y aromaba como en un incensario;
un fulgor que el recuerdo de la celeste ofrenda
estelaba como una estela de leyenda.
Y el milagro decía otro fulgor extraño
sobre la ermita donde morara el ermitaño...

El céfiro, que vuela como un ángel nocturno,
da el amor de sus alas al monte taciturno,
y blanca como un sueño, en la cumbre del monte,
el ave de la luz entreabre el horizonte.

Toca el alba en la ermita un fauno la campana.
Una pastora canta en medio del rebaño,
y siente en el jardín del alma el ermitaño
abrirse la primera rosa de la mañana.

Ramón María del Valle-Inclán

Jacint Verdaguer i Santaló



PREDICANT ALS AUCELLS

Va l’Apòstol de l’amor
per una selva d’Itàlia;
l’amor que sent per Jesús
ja no cap dins la seva ánima.

Ne parla als rius y a les flors,
i pins i roures abraça.
És desterrat Serafí
que del cel sent enyorança

D’alegria tot cantant
los aucellets l’acompanyen;
los que trastegen pel bosc
voleien de branca en branca;
los que volen per lo cel
paren atents la volada.

Francesc los vol predicar,
sota un roure s’aturava.
Sobre l’herba es posen uns,
los altres sobre les mates,
los més estimats de tots
damunt sos genolls y espatlla;
cada bri d’herba en porta un,
cada arbre una nuvolada.

– ¡Germanets aucellets, -los diu,-
lo Criador quant vos ama!
Sense sembrar ni segar
teniu sempre en vostra taula
la llavor d’herbeta humil,
de la font la gota d’aigua,
si en lo calze d’una flor
no voleu beure rosada.

Com no fileu ni cosiu,
Déu vos vesteix i vos calça;
vostre vestit i calçat
valen més que d’or i plata.

Vos dóna per llit un brot,
una fulla per teulada,
gentils boscúries per niu,
lo cel i terra per gábia.

Aucellets, los meus germans,
lo Criador quant vos ama!
Ameu-lo, volsaltres, bé,
que amor ab amor se paga;
canteu-li a l’hora de l’alba
d’amor la dolça cançó
que els homes han oblidada!-

Tot predicant als aucells
Sant Francesc s’extasiava.
Ells, per fer-li reverència,
sos jolius capets abaixen;

l’aureneta estira el coll,
la perdiu estira l’ala,
alçant los ulls cap al sol
obre son bec la calándria,

fa la’atleta el passerell,
saltirons la cogullada,
fent pujar i fent baixar
sa cogulla franciscana.

Quan Francesc los beneeix,
un sospir d’amor exhalen
i algun diví rossinyol
preludia ab la seva arpa.

Del signe sagrat que fa
pren la forma l’aucellada,
que cantant se’n vola al cel
com una creu que s’hi exampla
de llevant cap a ponent,
de migdia a tramuntana.

Així la creu de Jesús,
que el màrtir d’amor abraça,
serà duita a tot lo món
pels fills de l’Ordre Seràfica,
que pobres com los aucells,
ja entonen per monts i planes
d’amor la dolça canço
que els homes han oblidada.

Jacint Verdaguer i Santaló


PREDICANDO A LOS PÁJAROS

Va el Apóstol del amor
por una selva de Italia;
el amor que siente por Jesús
ya no le cabe en su alma.

Lo cuenta a los rios y a las flores,
y pinos y robles abraza.
Es Serafín desterrado
que del cielo siente añoranza.

De alegría cantando
los pajaritos lo acompañan;
los que andan por el bosque
vuelan de rama en rama;
los que vuelan por el cielo
paran atentos el vuelo.

Francisco quiere predicarles,
bajo un roble se detiene.
En la hierba se posan unos,
los otros sobre las matas,
los más queridos de todos,
sobre sus rodillas y espalda;
en cada brizna de hierba hay uno,
en cada árbol, una nube.

Hermanitos pajaritos, -les dice,-
el Creador, cuánto os ama!
Sin sembrar ni segar
tenéis siempre en vuestra mesa
la semilla de hierbita humilde,
de la fuente, la gota de agua,
si en el cáliz de una flor
no queréis beber rociada.

Como no hiláis ni coséis,
Dios os viste y os calza;
vuestro vestido y calzado
valen más que de oro y plata.

Os da por lecho un brote,
una hoja por tejado,
amables espesuras por nido,
el cielo y tierra por jaula.

¡Pajarillos, mis hermanos,
el Creador, cuánto os ama!
¡Amadlo vosotros, bien,
que amor con amor se paga;
cantadle a la hora del alba
la dulce canción de amor 
que los hombres olvidaron!

Predicando a los pájaros
San Francisco se extasiaba.
Ellos, por reverencia,
sus alegres cabecitas bajan;

La golondrina estira el cuello,
la perdiz estira el ala,
alzan los ojos al sol,
abre el pico la calandria,

Hace el atleta el gorrión,
saltitos la cogullada,
haciendo subir y bajar
su cogulla franciscana.

Cuando Francisco los bendice,
un suspiro de amor exhalan
y algún divino ruiseñor
preludia con su arpa.

Del signo sagrado que hace
toma forma la bandada,
que cantando vuela al cielo
como una cruz que se ensancha
de levante hasta poniente,
de mediodía a tramontana.

Así la cruz de Jesús, 
que el mártir de amor abraza,
será llevada a todo el mundo
por los hijos de la Orden Seráfica,
que pobres como los pájaros,
ya entonan por montes y llanos
de amor la dulce canción
que los hombres olvidaron.

Jacint Verdaguer i Santaló


PREDICANDO A LOS PÁJAROS

Va el apóstol del Amor
por una selva de Italia,
y el amor que por Dios siente
ya no le cabe en el alma.
Habla a los ríos y flores
y a los árboles abraza.
Es serafín desterrado
que de Dios siente añoranza.
Cantando, llenos de gozo,
los pájaros le acompañan:
los que trinan en el bosque,
volando de rama en rama,
y los que el espacio cruzan,
atentos, su vuelo paran.
Francisco les quiere hablar
y bajo un roble se para.
Los pájaros en el césped
se posan unos, en matas
otros se paran, y otros
en sus rodillas y espaldas.
Cada brizna tiene un pájaro
y hay varios en cada rama.
-Hermanas aves- les dice-,
¡cuánto el Creador os ama!
Sin sembrar ni coger nunca,
siempre en vuestra mesa se hallan
semillas de humilde hierba,
de la fuente gotas de agua,
si en el cáliz de una flor
la queréis beber más clara.
Como no hiláis ni coséis,
el Señor os viste y calza,
y vuestro traje y calzado
valen más que oro y que plata.
Un brote os brinda por lecho
y por techo la enramada,
bellos boscajes por nido
y cielo y tierra por jaula.

Mis hermanas avecillas:
¡cuánto el Creador os ama!
Amadle vosotras, pues
amor con amor se paga.
Cantadle al atardecer
y cantadle a la alborada
la dulce canción de amor
que el hombre tiene olvidada.

Y predicando a las aves,
San Francisco se extasiaba.
Las aves, por reverencia,
sus vivas cabezas bajan:
la golondrina se inclina,
la perdiz bate sus alas
alzando al cielo sus ojos;
abre el pico la calandria;
la rueda hace el pajarel,
da saltos la cojugada,
bajando y subiendo a un tiempo
su cogulla franciscana.
Al bendecirlas Francisco,
trinos amorosos lanzan
y algún ruiseñor divino
comienza a tañer su arpa.
Del signo sagrado que hacen
toman la forma sus alas,
y vuelan cantando al cielo
como una cruz que se ensancha
del Levante hasta Poniente,
del Sur a la Tramontana.
Así la cruz de Jesús
que el mártir de amor abraza
será llevada doquiera
por los de la Órden Seráfica,
que pobres, como las aves,
por valles y por montañas
cantan la canción de amor
que el hombre tiene olvidada.

Jacint Verdaguer i Santaló

Hermann Hesse



SERVICIO

Al comienzo reinaron príncipes piadosos 
para consagrar el campo, el grano y el arado, 
el derecho del hombre y la medida 
para la raza mortal que tiene sed
  
de la justicia, por el Invisible
que sol y luna en su girar conserva
y cuya luz eternamente bella
  no conoce del mondo el dolor y la muerte.
  
Hace mucho esta estirpe hija de Dios 
pereció dejando a la humanidad tan sola 
en vértigo de dolor y placer y duda, 
eterno devenir sin pausa ni hermosura.
     
Nunca murió la idea de aquella vida 
y en nuestra decadencia nos compete 
con signos de juego, símbolos y cantos 
seguir guardando norma del respeto santo.

Tal vez un día la tiniebla se pierda,
tal vez un día los tiempos se repitan
y el sol como Dios otra vez nos gobierne
y acepte sobre el ara nuestra ofrenda de amor.

Hermann Hesse

Walt Whitman



SÓLO DE LA MUJER

Sólo de la más increíble mujer
sale el más increíble hombre.
Sólo de la más amigable de las mujeres
sale el más amigable hombre.
Sólo del cuerpo perfecto de una mujer
sale un hombre formado perfectamente.
Sólo de los inimitables poemas de la mujer
pueden salir los poemas del hombre.
Sólo de la fuerte y arrogante mujer a quien amo
puede salir el hombre amado.
Sólo porque me abraza fuertemente una mujer
surge el abrazo fuerte de un hombre.
Sólo de la justicia y simpatía en la mujer
puede haber simpatía y justicia.
Sobre la tierra y por toda la eternidad
el hombre cantará su grandeza.
Cantará su grandeza el hombre,
pero cada canción tendrá nombre de mujer.

Walt Whitman

Nezahualcóyotl



CÁHUITL

Yo Nezahualcóyotl lo pregunto:
¿Acaso de veras se vive
con raíz en la tierra?
No para siempre en la tierra: 
sólo un poco aquí.
Aunque sea de jade se quiebra,
aunque sea oro se rompe,
aunque sea plumaje de quetzal se desgarra.
No para siempre en la tierra: sólo un poco aquí.

Nezahualcóyotl

Yalal ad-Din Muhammad Rumi



¿QUIEN HABLA POR MI BOCA?

Me paso el día pensando en ello, y por la noche lo digo.
¿De dónde vengo y qué es lo que se supone que debo hacer?
No tengo ni idea.
Mi alma es de otra parte, de eso estoy seguro,
y es allí donde pienso terminar.
Esta borrachera empezó en alguna otra taberna.
Cuando vuelva a pasar por ese lugar
estaré completamente sobrio. Pero mientras,
soy como un ave de otro continente sentada en esta pajarera.
Se acerca el día en que saldré volando
pero ¿quién es el que escucha mi voz desde mi oído?
¿Quién habla por mi boca?
¿Quién mira con mis ojos? ¿Qué es el alma?
No consigo dejar de preguntármelo.
Un solo sorbo de respuesta
me bastaría para escapar de esta prisión para borrachos.
Yo no he venido aquí por decisión propia y no me puedo ir así.
Quienquiera que me haya traído aquí tendrá que llevarme a casa.
Esta poesía. Nunca sé lo que voy a decir.
No lo planeo.
Cuando estoy apartado de la dicción,
me sumo en un gran silencio y apenas hablo."

Yalal ad-Din Muhammad Rumi

Safo



VOSOTRAS, MUCHACHAS...

Vosotras, muchachas, los hermosos dones
de las Musas de seno de violeta procurad,
y la musical dulce lira;
a mí, que antes tenía suave piel, la vejez ya me capturó,
y blancos quedaron mis cabellos, antes negros;
mi ánimo se ha hecho pesado,
las rodillas no me sobrellevan
 esas que en tiempos eran ligeras
y bailaban como los cervatos.
Lo lamento a menudo; pero qué podría hacer...
Que una persona no envejezca no es posible que ocurra.
Porque también de Titono decían en tiempos
que la Aurora de rosados brazos
por amor se lo llevó al fin de la Tierra
cuando era bello y joven,
pero de él, sin embargo, se apoderó con el tiempo
la gris vejez, a él ,que tenía una esposa inmortal.

Safo

Alonso de Ledesma



DÉCIMA

La naturaleza humana,
según en sus hijos veo,
parió en gigante al deseo,
y a la posesión enana.

Mas la Gloria soberana
está de su ser distante
al gusto más importante,
porque el Cielo que deseo,
imaginado, es Pigmeo,
y poseído, Gigante.

Alonso de Ledesma