al sol del malecón sonriendo,
a los pecados plurales de Plaza de Armas,
al bar de los trovadores,
a una novia desayunando huevos con mojito.
Oh tú mi libertad derretida en las manos
como una alud gigante y millonario,
tú me haces saber las verdades más impermeables
a golpe de grito, a golpe de risa, a golpe de amor,
derretida en las manos tanto que se me resbala.
Me recuerdas a la mañana en la madera de la guitarra,
al acantilado en el sol de la tarde,
al pecado venial de la noche interminable,
a la golondrina del pueblo,
a una novia nerviosa y única.
Oh tú mi libertad derretida en las sienes
como un alud gigante y guayabero,
hasta me haces sentir que el mundo no importa,
a golpe de canción, a golpe de palabra, a golpe de amor.
Derretida en las manos tanto que se pierde.
Me recuerdas a la guitarra en la mañana de la madera,
al sol de la tarde acantilada,
al pecado interminable de la noche venial,
al pueblo de las golondrinas,
a una novia de temple blanco.
Oh tú mi libertad derretida en tu pecho,
como un alud gigante y chirigotero,
hasta me haces sentir que el mundo aún me importa,
a golpe de humor, a golpe de ironía, a golpe de deseo,
derretida en la historia tanto que se detiene.
Oh tú mi libertad derretida en la esperanza,
como un alud gigante y afinado.
No es que me importe el mundo,
pero suena mejor que antes de ayer.
A grito cambiado, a grito alterno, a grito de combate,
derretido en los astros de tu sonrisa.
Me recuerdas a la playa de Atlanterra,
a la cala de San Marcos,
a la colección de pecados más distinguida,
al bar del pueblo,
a tanto me recuerdas.
Juan Carlos Aragón Becerra
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