¿EN QUÉ CONSISTE?
¿En qué consiste, mi señora Musa,
que todos pueden hoy ser escritores?
¿Será este siglo el de la ciencia infusa?
¿Será que los talentos son mejores?
¿O será que el orgullo y la ignorancia
nos dan la presunción y petulancia?
En los tiempos oscuros de mi abuelo
eran pocos los hombres que escribían,
y aquéllos estudiaban con desvelo
las cosas que tratar se proponían:
hoy escribe cualquiera su folleto
cuando apenas conoce el alfabeto.
¡Cuánto costaba hacerse literato
en aquella maldita edad de cobre!
A serlo no llegaba un mentecato
por más tinteros que agotase el pobre;
pero hoy es literato y erudito,
el que pasa su vida en un garito.
¡Malditos tiempos fueron los pasados!
¡Bendito diez mil veces el presente!
Sólo pudo nacer por sus pecados
en los primeros la cuitada gente
que estudiando las noches se pasaba,
y el libro de la mano no dejaba.
En nuestros días, que envidiara Numa,
cualquiera perillán, cualquier zoquete,
en teniendo papel y tinta y pluma,
una mesa, una silla o taburete,
escribe sin pensar en lo que escribe,
y el nombre de escritor toma y recibe.
Pensaron los antiguos como Homero,
que antes de entrar al gremio de escritores
debían ser gramáticos primero,
y estudiaban los tontos, ¡qué de errores!,
como si fuesen niños de la escuela,
la lengua que heredaron de su abuela.
¿Qué importa conocer analogía,
esa sintaxis, la ortología vana,
esa prosodia, ni esa ortografía?
¡Invenciones de aquel que tuvo gana
de sujetar a regla los talentos,
pretendiendo igualar entendimientos!
Mira a Juan, a Martín, a Bernardillo,
a Manuel y José, Pedro y Mariano,
que hicieron de su lengua un baturrillo,
y hablaron jerigonza en castellano,
sin haber dedicado una hora sola
a estudiar la gramática española.
Estos y otros que todos conocemos,
escriben y publican sus papeles,
que corren por las calles todos vemos
en cubiertas de dulces y pasteles,
o yacen en los sucios bodegones
sirviendo de escondrijo a los ratones.
Escritores han sido los citados
que nos dieron políticos consejos
de sus vanas cabezas escapados,
como huyen de sus cuevas los conejos
sin temer al lebrel que les atrape,
por más que se les grite: "¡Zape!, ¡zape!"
¡Todos estos tostados fritos fueran!
De su siglo encomiando la excelencia
las grandes luces sin cesar ponderan;
pero en Dios, en verdad, y en mi conciencia,
que si son nuestros días tan brillantes,
brillan en ellos grandes ignorantes.
De Juan de Gutenberg cantan la gloria
por haber inventado nuestra imprenta,
el trasto que conserva la memoria
de nuestra merecida y dura afrenta.
Sin estos trastos en edad tan culta
mucha ignorancia quedaría oculta.
La imprenta ha sido tentación impía
de muchos ignorantes infelices;
que de autores tuvieron la manía
sin saber donde tienen las narices
y nos sacaron a lucir su pata
porque era el imprimir cosa barata.
¡Cuánto mejor el Gutenberg hiciera
en haber inventado un armatoste
de que el tonto hacer uso no pudiera,
o que fuera el usarlo de gran coste!
Así a lo menos, pagarían caro
los necios escritores su descaro.
Pero el maldito Gutenberg aunado
con sus dos hugonotes compañeros,
todo el mundo nos trae trastornado;
por ellos ya no hay sastres, zapateros,
ni gañanes, siquier, ni zurradores,
pues que todos se hicieron escritores.
¿Qué ventajas nos trajo aquel invento?
Las artes han perdido muchas manos,
las costumbres sufrieron detrimento,
ni artistas ya se encuentran, ni artesanos:
están sin oficiales los oficios,
y entregados los hombres a los vicios.
Pues tantos males nos trajiste, imprenta,
al demonio te doy de buena gana,
y al ente sin razón que te fomenta.
Acábase contigo la jarana
que a los hombres nos trae tan revueltos
desde que andan por ti los diablos sueltos.
Lluvia de rayos sobre el suelo venga,
que los tipos destruya y fundidores,
y cuanto al arte de imprimir convenga;
así tendrán los campos labradores,
volverá el zapatero a su zapato,
el sastre a su tijera, el pillo al hato.
Antonio José de Irisarri