926-Narciso Campillo y Correa



A LA EUCARISTÍA

Por más que se levanta el pensamiento
con vuelo desusado y peregrino,
hallar no puede en su ideal camino
otro tan alto y singular portento.

Que baje Dios desde el sublime asiento,
que dé su carne en pan, su sangre en vino,
que habite el cuerpo del mortal mezquino
y se confunda y viva con su aliento.

Misterios son en que se abisma en vano
aun del ángel la clara inteligencia,
cual piedra en la extensión del océano.

¿Quién investigará la Eterna Esencia?
Absorto y mudo ante el grandioso arcano
invoco yo la fe, y ella es mi ciencia.

Narciso Campillo y Correa


A MI HIJO

Tu madre mece tu cuna

y te canta dulcemente;
tú al oírla te sonríes,
mi alma se deleita en verte.
Porque tu rubia cabeza
manzana de oro parece;
porque hoy esos rojos labios
que yo beso tantas veces
por vez primera mi nombre
pronunciaron balbucientes;
porque te adoro, hijo mío,
y mi encanto y vida eres.
Luce la lámpara tibia,
fuera brama el viento y llueve:
¡cuántos niños a esta hora
de hambre y frío se estremecen!
Mas... Silencio, en torno mío
aspiro perfume leve,
oigo un lánguido aleteo
que ya acercándose viene;
es el Sueño, está a la puerta:
¡duerme, hijo del alma, duerme!
¡Qué dorados son tus rizos!
¡Qué pura y blanca tu frente!
¿Con quién hablas y qué dices,
pues así tus labios mueves?
¿Los ángeles tus hermanos
tal vez del Cielo descienden?
¿Hablas acaso con ellos
de otros mundos, de otros seres?
¡Oh, si voláis a esta hora
junto a mi niño inocente,
espíritus invisibles,
amparadle y protegedle!
Murmurad en sus oídos
vuestros cantares celestes;
cubridle, espíritus santos,
con vuestras alas de nieve,
y al soplo de vuestro aliento,
que ricos aromas vierte,
mire yo ondular sus rizos
por sus azuladas sienes.
Contigo están los querubes:
tú lo sabes, tú los sientes;
¡oh niñez! ¡Oh edad de oro!
¡Duerme, hijo del alma, duerme!
Yo velo, mi amor profundo
guarda tu sueño inocente,
¡y ojalá tu vida entera
guardar y guiar pudiese!
Rosa, el niño está dormido,
no cantes, no se despierte.
Que goce feliz reposo
y con los ángeles sueñe,
mientras fuera brama el viento,
en densos raudales llueve,
y se oye del mar cercano
el hondo rumor solemne.
Estos cantos varoniles
más bien arrullarle deben;
es hombre al fin, y su vida,
sólo saberlo Dios puede,
si pasará sosegada
cual arroyo de ondas leves,
o correrá impetüosa
tal como hervidor torrente.
Tú lucharas, pero en tanto
goza de tu edad tan breve,
y a la vista de tus padres
¡duerme, hijo del alma, duerme!
Oigo decir que el sepulcro
guarda misterios solemnes:
es verdad; también la cuna
terrible problema envuelve.
Es como indecisa nube
que se forma, avanza, crece,
los rayos del sol y el día
la coloran y la impelen.
Tal vez traiga bondadosa
dulce lluvia al campo verde;
tal vez eclipsando el día
negro pabellón despliegue
y con el furor del rayo
hunda las torres más fuertes.
Niño, tu cuna es la nube
donde mis ojos se vuelven;
que nunca al fango descienda,
que vaya alzándose siempre,
y, alada, gentil, sublime,
hasta el mismo Cielo llegue.
Pero... el relámpago brilla,
Rosa, y con más fuerza llueve:
cierra bien las puertas todas,
que el niño no se despierte.

Narciso Campillo y Correa

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