SONETOS
I
Engañó el navegante a la sirena,
el dulce canto en blanda cera roto;
y ayudado del santo, su devoto,
el cautivo huyó de la cadena.
De la serpiente que en la selva suena,
la virgen se libró con alboroto,
y de las ondas se escapó el piloto
haciendo remo el brazo, nao la entena.
Yo, fuerte, presa tímida, constante,
venzo sirenas, sierpes, ondas, hierro,
y sola muero a manos de mi daño.
Virgen, piloto, esclavo, navegante,
ven, libres, que no importa a mi destierro
voto, temor, necesidad, engaño.
II
Fuése mi sol y vino la tormenta,
que yo no espero de su ausencia menos,
y el cielo turquesado sus serenos
ojos cubrió, obligado de la afrenta.
Un acento tristísimo revienta
entre los vientos de tinieblas llenos;
tiemblan las nubes con los roncos truenos,
arden los campos, el temor se aumenta.
Salió mi sol y de dorados jaspes
vistió su oriente, y de esmeraldas finas
los altos montes y las llanas tierras;
bordó las vagas nubes de giraspes,
sudaron rubias mieles las encinas
y blanca leche las azules tierras.
III
Leandro rompe, con gallardo intento,
el mar confuso, que soberbio brama;
y el cielo, entre relámpagos, derrama
espesa lluvia con furor violento.
Sopla con fuerza el animoso viento,
triste de aquel que es desdichado y ama,
al fin al agua ríndese la llama,
y a la inclemente furia el sufrimiento.
Mas, ¡oh felice amante!, pues al puerto
llegaste deseado de ti tanto,
aunque con cuerpo muerto y gloria incierta.
Y desdichada yo, quien mar incierto,
muriendo entre las aguas de mi llanto,
aún no espero tal bien después de muerta.
Hipólita de Narváez
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