196-Antonio Fernández Grilo



EL TORO

Tiene la paz del mar, noble y sereno
tras la cerca del blanco caserío,
ya bajando las márgenes del río,
ya echado y dócil en el prado ameno.

Como del mar el apacible seno
cambia en galerna el huracán bravío,
así, acosado en su indomable brío,
no reconoce límites ni freno.

¿Quién no quiere mejor que ensangrentado
del circo ante la fiera muchedumbre
batallar y morir desesperado,

verle del sol a la postrer vislumbre
en la serena paz del despoblado
cuando asoma la luna por la cumbre?

Antonio Fernández Grilo


EL ÁGUILA

¡Águila!, ¿dónde vas?, detén tu vuelo;
tú que desprecias en tu audacia loca
el esqueleto inmóvil de la roca
para envolverte en el dosel del cielo,
tú, que sobre ese risco
do te asientas tranquila,
valiente clavas en el áureo disco
del abrasado sol tu ancha pupila;
tú, que te pierdes en las negras brumas
que arroja el mar de su hervoroso seno,
que bebes del arroyo las espumas,
que te corona el trueno,
que con ardientes bríos
vences a los soberbios huracanes,
que son arroyos para ti los ríos
y terror no te inspiran los volcanes;
tú, que al pie del Señor tu canto exhalas,
y al son de la tormenta bramadora
quemas en el relámpago tus alas;
tú, que subes y subes
y rompes con tus alas poderosas
el denso velo de las pardas nubes;
oye mi voz: la lira descompuesta
que ya sus notas apagado había,
ha vuelto a resonar al admirarte;
mi ardiente fantasía
en entusiasmo hierve al contemplarte,
y raudales de mágica poesía
a torrentes me da para cantarte.

Tú sola el vuelo emprendes
con majestuoso brío
cuando en los aires rápida te extiendes;
tú publicas de Dios el poderío;
tú intrépida y gozosa te levantas
desde el monte a los célicos espacios;
tú miras con desdén bajo tus plantas
mundos, tumbas, vergeles y palacios;
tú en los bosques magníficos te internas
donde arroyuelos mil bullen inquietos;
tú de las rudas cóncavas cavernas
sorprendes los recónditos secretos;
tú, en la frente del Cáucaso gigante
libre saludas a la blanca aurora;
tú sobre el trono de la brisa errante
a otros mundos te subes vencedora;
brisa sutil que con tu vuelo abrumas,
y que contigo luchará violenta
cuando rices intrépida tus plumas
al eco de la bárbara tormenta.

Reina del aire, junto al sol resbalas,
clavas tus ojos en el sol fecundo
y van cubriendo tus flotantes alas
el panorama espléndido del mundo.
Sí, para ti desde la inmensa altura
serán los montes arenosos granos,
un rincón de verdura
los pensiles alegres y lozanos,
una flotante perla de rocío
el piélago bravío,
y los pequeños míseros mortales
pobre hormiguero que sin rumbo rueda
en torno de una tumba que remeda
sus lúgubres y tristes funerales.

Sola en la inmensidad; oyendo el eco
del huracán rugiente que se oculta
de las montañas en el fondo hueco,
yo te miro subir; las nubes bellas
parece que te envuelven en sus tules;
alfombras son de tus etéreas huellas
sus penachos azules:
¡cuán hermosa te agitas
en ese mar magnífico y extenso!
¡Cuán ligera y gentil te precipitas
por ese golfo inmenso!
Ya te ocultas, ya vuelves, ya despacio
bordas el horizonte;
tu mundo es el espacio,
tu corona es el sol, tu trono el monte.

Trémulas rugen en el mar las olas,
de sus blancas espumas
rompiendo las hirvientes aureolas;
los abismos profundos
suenan al palpitar bajo las aguas
como el ronco concierto de los mundos;
del espacio en los cárdenos colores
libres arrastran las umbrosas nubes
sus melenas flotantes de vapores;
crece la mar, y crece, y se agiganta,
hincha convulsa el palpitante seno,
y el águila entre tanto se levanta
y como genio de los aires canta
al ronco son del huracán y el trueno.

Ni la verde palmera
que en el desierto hasta la nube arroja
su fértil cabellera;
ni el árbol regalado
que en los jardines del harem cobija
los ensueños del árabe cansado;
ni las rocas que al beso de los mares
son en los horizontes
imágenes altivas de los montes,
del infinito lóbregos altares,
pueden servir de pedestal bravío
al águila magnífica en su vuelo;
la corona del águila es el cielo,
su pedestal los mundos del vacío.

Antonio Fernández Grilo


ESE MUNDO CELESTIAL

Ese mundo celestial,

ese candor peregrino,
ese embeleso divino,
ese sueño virginal,
es del ángel que la aguarda
la aparición venturosa,
es la cita misteriosa
con el ángel de la guarda.
Es que el ángel, sin enojos,
detiene en su cuna el vuelo;
es que para ver el Cielo
tiene que cerrar los ojos.
Madre, que velas por ella,
y que por ella deliras;
tú, que en sus ojos te miras
con en el lago la estrella;
goza el edén celestial
de tu espléndida fortuna,
entre esa cándida cuna
y el tálamo conyugal.

Antonio Fernández Grilo

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