NIEBLAS
En el alma la queja comprimida
y henchidos corazón y pensamiento
del congojoso tedio de la vida.
Así te espero, humano sufrimiento:
¡Ay! ¡Ni cedes, ni menguas ni te paras!
¡Alerta siempre y sin cesar hambriento!
Pues ni en flaqueza femenil reparas,
no vaciles, que altiva y arrogante
despreciaré los golpes que preparas.
Yo firme y tú tenaz, sigue adelante.
No temas, no, que el suplicante lloro
surcos de fuego deje en mi semblante.
Ni gracia pido ni piedad imploro:
ahogo a solas del dolor los gritos,
como a solas mis lágrimas devoro.
Sé que de la pasión los apetitos
al espíritu austero y sosegado
conturban con anhelos infinitos.
Que nada es la razón si a nuestro lado
surge con insistencia incontrastable
la tentadora imagen del pecado.
Nada es la voluntad inquebrantable,
pues se aprisiona la grandeza humana
entre carne corrupta y deleznable.
Por imposible perfección se afana
el hombre iluso; y de bregar cansado,
al borde del abismo se amilana.
Deja su fe en las ruinas del pasado,
y por la duda el corazón herido,
busca la puerta del sepulcro ansiado.
Mas antes de caer en el olvido
va apurando la hiel de un dolor nuevo
sin probar un placer desconocido.
Como brota del árbol el renuevo
en las tibias mañanas tropicales
al dulce beso del amante Febo,
así las esperanzas a raudales
germinan en el alma soñadora
al llegar de la vida a los umbrales.
Viene la juventud como la aurora,
con su cortejo de galanas flores
que el viento mece y que la luz colora.
Y cual turba de pájaros cantores,
los sueños en confusa algarabía,
despliegan su plumaje de colores.
En concurso la suelta fantasía
con el inquieto afán de lo ignorado
forja el amor que el ánimo extasía.
Ya se asoma, ya llega, ya ha pasado;
ya consumió las castas inocencias,
ya evaporó el perfume delicado.
Ya ni se inquieta el alma por ausencias,
ni en los labios enjutos y ateridos
palpitan amorosas confidencias.
Ya no se agita el pecho por latidos
del corazón: y al organismo activa
la congoja febril de los sentidos.
¡Oh ilusión! mariposa fugitiva
que surges a la luz de una mirada,
más cariñosa cuanto más furtiva.
Pronto tiendes tu vuelo a la ignorada
región en que el espíritu confuso
el vértigo presiente de la nada.
Siempre el misterio a la razón se opuso:
el audaz pensamiento el freno tasca
y exámine sucumbe el hombre iluso.
Por fin, del mundo en la áspera borrasca
sólo quedan el árbol de la vida
agrio tronco y escuálida hojarasca.
Voluble amor, desecha la guarida
en que arrullo promesas de ternura,
y busca en otro corazón cabida.
¿Qué deja al hombre al fin? Tedio, amargura,
recuerdos de una sombra pasajera,
quién sabe si de pena o de ventura.
Tal vez necesidad de una quimera,
tal vez necesidad de una esperanza,
del dulce alivio de una fe cualquiera.
Mientras tanto en incierta lontananza
el indeciso término del viaje
¡ay! la razón a comprender no alcanza.
¿Y esto es vivir?…En el revuelto oleaje
del mundo, yo no sé ni en lo que creo.
Ven, ¡oh dolor! Mi espíritu salvaje
te espera, como al buitre, Prometeo.
Laura Méndez de Cuenca
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