481-Francisco Pobeda y Armenteros



A CUBA

Canto al delicioso clima
donde la alterosa palma
y la corpulenta ceiba
más feraces vegetaban.

Canto a mi patria querida,
que produce con más gala
cuanto en otros climas nace
de poca o más importancia.

Si mi destemplada lira
a empresa tan soberana,
da cabo, seré feliz
con el hecho de lograrla.

Bien puede el zoilo mordaz
hacer el juicio mañana,
y vituperar mis versos,
y reír a carcajadas.

Yo, ni pretendo favores,
ni esclavizo mis palabras:
Canto a Cuba, por ser Cuba
mi dulce y querida patria.

Si algún hijo espúreo suyo
no siente en su ardiente alma
por ella un amor sincero,
menosprecio mi trovada.

Yo sólo escribo a los buenos
y aunque cometa mis faltas
describiré de mi Cuba
los montes y las sabanas.

Permítele a mi lira, patria mía,
que una mi voz al preludiar del arpa
que en los ecos del Vate Peregrino
nos cantó el huracán, después la calma.

Érase un tiempo que en sencillas trovas
del Almendar en las floridas playas
di solaz al guajiro que afanosos
tus fructíferos campos trabajaba.
Entonces te canté por vez primera
pensil hermoso de la esfera indiana:
yo abrí la senda y otros vates luego
describieron tus frutas y tus plantas.

Pero yo quiero cantar
para cumplir con mi amor,
y describir y pintar,
y tú debes apreciar
los cantos del Trovador.

¿Qué importa al fin que en tu mente
no haya el hombre penetrado,
si en gorgeo regalado
trina en el cedro el sinsonte
y el ruiseñor en el prado?

¿Qué importa que el duro acero
del hacha cruel, destructora,
no haya en tu oculto venero
privado el verdor primero
de la mano creadora?

Linderos ni guardarrayas,
coto a la humana ambición,
tienes aún, pero en tus playas
cien naves flotando hallas
de distinto pabellón.

Aquí un prado, allí un pensil,
acá un sitio de labor,
y vegas de mil en mil,
y donde quiera el verdor
del florido mes de abril.

Ingenios y cafetales
que son toda tu esperanza;
y firmísimos corrales
que en los hatos de crianza
levantan tus naturales.

Y puertos bien abrigados,
y montañas y colinas,
donde se ven respetados
entre tus frutos preciados
los productos de tus minas.

Allí, creciendo altaneras,
están con próspero augurio
tus más preciosas maderas,
y al par del hermoso purio
descollarán tus palmeras.

Allí el ébano real
y el ansiado granadillo
junto de un demajagual
y en medio de un guamajal
vegeta el duro cerillo.

Alli el árabo y el roble,
el pinto, la vera, el güije,
el encarecido mije,
y la caoba que noble
es de los árboles dije.

La yaba y el jaimiquí,
la jocuma y el ocuje,
y el predilecto jequí
que resiste fuerte allí
del huracán el empuje.

Allí avaricia la vara
al pintado recental,
y vemos en el corral,
cobijada de manaca
fábrica descomunal.

Alli en el feraz venero
cabe del río a la orilla,
vemos prolijo al veguero
trasponiendo la semilla
del gran tabaco habanero.

Y en sitios y en cafetales,
en ingenios y en jardines,
se ven hileras iguales
de frondosos platanales
y en ellos mil tomeguines.

Y entre otras frutas preciadas
vemos las gustosas piñas
de rico obrizo escamas,
que compiten con las viñas
de la Europa celebrada.

Y extensivos arrozales
del monte al cercano abrigo,
y junto los boniatales
las mieses del rubio trigo
y los muy grandes yucales.

Y para mayor tesoro
en tus tierras se dilata
cobre bueno y fina plata;
y el oro, el ansiado oro
que hace la existencia grata.

Y mármoles superiores
y jaspes de varias clases;
y piedras de mil colores;
y cristales que en sus faces
demuestran ser los mejores.

No te orgulleces en vano,
Cuba, con tanto arrebol,
cuando el Motor soberano
te diera por padre el Sol,
por esposo el Oceano.

Pues de continuo se ve
al sol tus campos dorar,
y aunque murmurando al mar
besar humilde tu pie
y tus contornos lavar.

Tu elegancia y tu belleza
consisten, suelo adorado,
en que la Naturaleza
se hospeda en tu verde prado,
y en la intrincada maleza.

¿Cuál debe ser el destino
de tu plantel soberano,
cuando el labrador divino
con su benéfica mano
fecunda tu hermoso pino?

Así es que quiero cantar
para cumplir con mi amor,
y describir y pintar,
y tú debes apreciar
los cantos del Trovador.

Francisco Pobeda y Armenteros

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