599-Felipe Poey Aloy



EL ARROYO

Entre árboles espesos y escondidos
discurre un arroyuelo,
a quien rama y bejuco entretejidos
niegan la luz del cielo.

Según va penetrando en la espesura,
los troncos apartando,
con mayor claridad y más anchura
los peces van nadando.

Se reviste de yerbas olorosas
su margen floreciente,
y sus ondas más puras y copiosas
corren más libremente.

Al Bani precipitan sus raudales
por el bosque sombrío,
después que ya regó cañaverales,
vecinos del gran río.

Sobre el claro verdor que de la caña
los leves nudos ciñe,
y que el sol abrasando la campaña
de albor pálido tiñe.

Alzan lozanos su rosada frente
los güines brilladores
que no tienen de Sirio el rayo ardiente
ni cierzos bramadores.

Ostentan su hermosura y ligereza
a pesar de los fuegos,
inclinan a los vientos la cabeza
y provocan sus juegos.

Allí la tierra en su fecundo seno
mil insectos presenta,
y en aquel corto espacio de terreno
a todos alimenta.

Unos sacan el jugo almibarado
del seno de las flores,
y otros muerden un tronco taladrado
con dientes roedores.

Otros cruzan el aire con presteza,
otros pasan con ruido,
otros vibran con fuerza y ligereza
el aguijón temido.

Muestra el uno las alas sosegadas
en la rama segura,
y otro oculto en las hojas apartadas
brilla como oro puro.

Alguno en su capullo aprisionado
por su salida anhela,
mientras que otro más fuerte y más formado
su cárcel rompe y vuela.

¡Oh feliz arroyuelo! ¡Cuántas veces
he pasado en tu orilla
las horas del placer que al alma ofreces,
de gozo y paz sencilla!

¡Cuántas veces entrando en la espesura,
a tu origen subiendo,
se ha llenado mi pecho de dulzura
tu margen recorriendo!

¡Cuán me alegraba el curso sosegado
de tu corriente pura!
¡Y qué asiento tan grato me has brindado
en tu fresca verdura!

Desde allí pude ver entretenido
las guabinas nadando,
entre la arena el camarón hundido
a su amor atisbando.

De sus respetuosas cuevas temeroso
el cangrejo saliendo,
y más suelto después, y más gozoso
por la orilla corriendo.

Girando la libélula delgada
con alas transparentes,
depone en el raudal del agua amada
sus caros descendientes.

Ya baña en él su cuerpo caluroso,
ya se detiene un rato,
y sobre su cristal terso y lustroso
contempla su retrato.

Las mariposas vuelan a mi lado
ligeras y festivas,
y siguen en su curso varïado
las aguas fugitivas.

¡Salve, monte de Cuba bienhadado,
claro sol, limpias fuentes,
verde pompa del bosque y dulce prado,
a mi vista presentes!

¡Cuánta vida sembró naturaleza
por este asilo umbrío!
¡Cuántos seres que beben con largueza
las aguas de este río!

Entre ellos la Inocencia está segura
y duerme descuidada;
ni escorpión amenaza muerte dura,
ni serpiente irritada.

No se ve de las fieras perseguido
su reposo halagüeño,
ni del triste feroz el cruel rugido
interrumpe su sueño.

¡Arroyuelo mil veces venturoso!
Tu semblante rïente
siempre me dio placer, y más dichoso
fui siempre en tu corriente.

Y cuando tus orillas recorría,
libre de amor el pecho,
necesidad de amar no conocía
contigo satisfecho.

Después de una beldad enamorado,
tal vez correspondido,
mis pasos a tus aguas ha llevado
del amor conducido.

He visto más alegre tu verdura,
tus aguas más hermosas
en su lecho correr con más blandura
risueñas y abundosas.

Los arrullos de blandas tortolillas
más tiernos parecían,
los colores de hermosas avecillas
más brillante lucían.

A su tirana ausente resquebraba,
dando su voz al viento,
y su acorde cantar acompañaba
con templado instrumento.

Oh tú que en otro tiempo he convidado
con este campo ameno,
por ti suspiran bosque, fuente y prado
y este cielo sereno.

No tardes en colmar con tu presencia
el suelo de alegría;
gozarás de esta dicha apetecida
y de la dicha mía.

Pasaremos el día entretenidos
en perenne delicia
ensayando mil juegos divertidos
ajenos de malicia.

Beberás con tus manos agua pura,
y beberé contigo;
gozaremos sentados de frescura
sobre algún tronco amigo.

Y si vemos dos troncos abrazados
entre sí estrechamente,
tus brazos a mis brazos enlazados
se unirán igualmente.

Las aguas, ni ofendidas ni envidiosas
caminarán con ruido,
y al son de nuestras voces amorosas
mezclarán su sonido.

Felipe Poey Aloy

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