NOCTURNO
Ya la ciudad está dormida,
yo solo cruzo su silencio
y tengo miedo que despierte
al suave roce de mis pasos lentos…
La iglesia eleva sus dos torres
en la oquedad honda del cielo
y cruza el aire el pentagrama
del poste del teléfono.
Pide limosna, lamentable,
un mendicante viejo y ciego
y habla de Dios y dice: ¡Hermanos!
y tiende al aire su sombrero.
Pasa un borracho hinchado el rostro,
echa hacia mí su aliento fétido,
alza los brazos y gritando:
-¡Viva el Perú!- se cae al suelo.
La luz de un arco parpadea,
chocan sobre ella los insectos,
cambia a mis pasos la quebrada
rara silueta de los techos.
Duerme un cansado caminante
en el dintel amplio del templo
y allí en la esquina, junto a un poste,
con gravedad se mea un perro.
Ya la ciudad está dormida,
yo solo cruzo su silencio
y me parece que alguien sigue
mis pasos a lo lejos…
Un auto lleno de farautes
pasa, alborota, insulta; entre ellos
van las criollas cortesanas
zambas, pintadas y de pies pequeños.
Ya la ciudad está dormida,
yo solo cruzo su silencio;
repite el eco en el vacío
el duro golpe de mis pasos lentos.
De estas cien mil almas que duermen
¿cuál soñará lo que yo pienso?...
¿Acaso aquella que esta tarde
sonrió a mi paso y me miró en silencio?
En los siniestros hospitales
se moverán insomnes los enfermos…
¿Quién llorará desconsoladamente?...
¿Quién se estará muriendo?...
¿En cuántos labios juveniles
se contraerán frases y besos?
¡Cuántas mentiras adorables!
¡Qué desgraciados estarán naciendo!
Y ella en la muda alcoba blanca,
rosado y tibio su jugoso cuerpo,
extenderá su cabellera rubia
sobre las rojas flores de sus senos.
Y una sonrisa insinuarán sus labios
y su nariz aspirará deseos
¡y yo estoy vivo, yo lo sé y la adoro
y ahora no puedo darla un beso!
Y pasarán inexorables
horas y días, juventud y sueños.
Hoy tengo miedo de morirme.
¡Qué solo debe estar el cementerio!
Ya la ciudad está dormida
y sólo cruza su silencio
el ruido que hace la pesada
negra carroza de los muertos…
Abraham Valdelomar Pinto
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