640-Sor Marcela de San Félix



ROMANCE A UNA SOLEDAD

En ti, soledad amada,
hallaba mi compañía;
en ti los días son glorias,
en ti las noches son días.

En ti cogí de mi amor
con abundancia excesiva,
fértil cosecha del alma
dulce agosto de mi vida.

En ti gocé de mi Esposo
las pretendidas caricias,
los halagos sin estorbos,
los regalos sin medida.

En ti vi de su belleza,
aunque en tiniebla, divina.
¡Con cuánta razón me prende,
con cuánta razón cautiva!

En ti me vi alguna vez
anegada y sumergida,
en el mar de dulces aguas,
y riquezas infinitas.

En ti con los imposibles
satisface mi codicia;
que con lo posible, amor
nunca llena su medida.

En ti me vi felizmente
muy negada y muy vacía
de criaturas y afectos,
y muy lejos de mí misma.

En ti gocé libertad
de tanto precio y estima,
que darlo todo por ella
no será paga cumplida.

En ti celebro, mi Esposo,
en aquel dichoso día,
en amoroso himeneo
las bodas de mi alegría.

En ti estuve tan gozosa,
contenta y entretenida,
que no podré encarecer
lo menos que en ti sentía.

En ti, con dichas tan grandes
las horas, noches y días
dulcemente se pasaban,
instantes me parecían.

En ti ¡qué corto mi sueño
y qué larga mi vigilia!
¡Qué penoso fue el descanso!
¡Qué gustosa la fatiga!

En ti le dije a mi amante
lo tierna que le quería,
lo mucho que me obligaba
lo poco que le servía.

En ti le solicitaba
con finezas y caricias
a que me diese su amor,
pues el mío conocía.

En ti pudo conocer
cómo le estaba rendida
mi alma, que está colgada
de su voluntad divina.

En ti le pedí su unión
con ansias de amor tan vivas,
que no sé si le obligaron;
Él lo sabe y Él lo diga.

En ti procuré entregarle
tan por suya el alma mía,
los sentidos y potencias,
que Él los mande y Él los rija.

En ti también le ofrecí
serle fiel y agradecida,
correspondiente a su amor
y por todo extremo fina.

En fin, en ti le ofrecí
todo cuanto yo tenía,
a todo lo que anhelaba,
todo cuanto apetecía.

En ti le di de mi amor
la posesión tan cumplida,
que ninguno me ha quedado
para nadie en esta vida.

En ti conocí del suyo
la gran fuerza y valentía,
lo ardiente con que me enciende,
lo activo con que me anima.

En ti le vi, liberal,
intentar hacerme rica;
que derramando sus dones
pudo saciar mi codicia.

Mas no me doy por contenta
que mi afecto a más aspira,
y sólo Él mismo podrá
dar satisfacción cumplida.

Así, soledad amada,
causa de todas mis dichas,
después que tú me faltaste
me ha faltado la alegría.

Cercóme la confusión,
el afán y las fatigas;
todo me aflige y congoja
y causa melancolía.

Las criaturas me estorban,
los apetitos me irritan,
los afectos me atormentan,
y las pasiones se avivan.

Tempestades se levantan,
brama el mar, y la barquilla
grande tormenta padece,
de las olas combatida.

¡Ay, soledad, deseada
de mi alma y pretendida!
cada vez que te exprimento,
tengo de ti más estima.

¡Oh, si gozara de ti
lo que durara mi vida,
a quien triste muerte llamo
sin tu presencia querida!

¡Quién hablará dignamente,
con lengua humana y tardía,
de tus grandes perfecciones,
agrado y soberanía!

¡Qué de santos engendraste!
En ti con vida divina
en frágil barro vivieron
innumerables cuadrillas.

La pureza, la oración,
la contemplación divina
tus hijas son, soledad;
de ti nacen, tú las crías.

¿Qué virtud no se alimenta
con tus pechos y caricias?
¿Quién deja de estar contento
si te busca y te codicia?

Tú causas los desengaños,
y a la verdad solicitas,
para que, usando su fuerza,
atropelle a la mentira.

Haces del destierro patria,
y sacas con valentía
a las almas que te aman
de la opresión de sí mismas.

Y por no ofenderte más
con ignorancias tan mías,
no diré en tus alabanzas
lo mucho que se ofrecía.

Sor Marcela de San Félix

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