A MARÍA
Alma del alma mía,
Rosa de Jericó, Virgen María,
desde el reino del cielo
contempla el desconsuelo
y la extrema agonía
que me asaltó en el suelo
cuando más te quería;
mira el horrible duelo
que me roba la calma
cuanto te quiere como nunca el alma.
Bienhechora del mundo,
paraíso fecundo
que vierte tantas flores
como el cielo esplendores,
del abismo profundo
redíme a tus dolientes pecadores,
sé con tus hijos pía,
astro de Nazaret, Virgen María.
Protege al inocente,
luz de la gloria y de la fe cristiana,
pon en mi pobre frente
tu diestra soberana,
haz que mi mal presente
desparezca mañana,
no me des de pesar un nuevo día,
luz de mi corazón, Virgen María.
No permitas, Señora,
que la maldad traidora
vierta su cruel veneno
en el tranquilo corazón del bueno;
confunde salvadora
a la calumnia impía
puerto de la virtud, Virgen María.
Fija tus bellos ojos
en el lecho de abrojos
donde intranquilo duermo;
de mi doliente corazón enfermo
arranca la amargura,
vuélveme la ventura
que amándote tenía;
no me dejes morir, Virgen María.
Me has escuchado, Madre:
tu voz que el duelo calma
ha conmovido el alma
grande y piadosa del Eterno Padre.
Ese hombre que diviso
me viene a dar aviso
de que libre estoy ya de mi agonía;
gracias, Madre de Dios; gracias, María.
De gratitud el llanto
regará el templo santo
en que el hombre ferviente te venera,
y de mi lira el canto
pregonará do quiera
tu sublime milagro, Madre mía:
no hay más dicha que tú, Virgen María.
Felipe López de Briñas
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