LA TARDE
¡Qué fresco delicioso
corre por la marina,
y el pecho, al blanco influjo,
con qué placer respira!
Sobre las claras aguas
salta la afable brisa,
y en soplos apacibles
el verde azul agita.
El mar, al fausto beso
en olas mil se riza,
y con leve murmullo
lame la hermosa orilla.
El Sol, ya trasponiendo
por las opuestas cimas,
hiere con tibios rayos
las aguas cristalinas.
La luz se desvanece
en el movible prisma,
y entre hermosos colores
que su perfil matizan,
los africanos montes,
con rosadas neblinas,
en la región del Moro
se roban a mi vista.
La alegre gavïota
allá en los aires gira,
y tras el pez dorado,
veloz, al mar se libra.
Zambúllese, trazando
mil ruedas cristalinas,
que entre insensibles sombras
se apagan cual la vida.
El ave sale ilesa
sobre las tersas linfas,
meciéndose entre espuma
como pomposa isla.
El marinero canta,
remando en su barquilla,
sus sencillos amores,
sus redes y fatigas.
El ave de la noche
en las rocas vecinas
se angustia y se lamenta
con voces doloridas.
Del Norte las tinieblas
a descender principian,
y entre pardos celajes
la Luna se divisa.
En tanto, errante, vaga
mi mente embebecida
tras la imagen incierta
de mi esperada dicha:
¡Dicha infiel e inconstante,
cual del abril los días,
engañosa cual sombra,
cual viento fugitiva!
Serafín Estébanez Calderón
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