LA CANCIÓN DE LA SIEGA
El zagalillo cantaba
los gozos de su tarea.
Segando espigas de paz
cantaba coplas de guerra.
El aire de los oteros
vertía por las veredas
los ecos de la tonada
como una lluvia de flechas.
"Yo no sé qué tiene, madre...
este verano la siega,
que en vez de segar espigas
parezco segar banderas".
Iba la copla saltando,
golondrina volandera,
desde la mies al arroyo,
desde el arroyo a la selva.
Y en alas de su alegría
las patrullas de la siega
como tropas de vanguardia,
trepaban por la ladera.
Ponía el Sol en las hoces
reverberos de centellas,
y el oro de las espigas
-pan de la dicha hogareña-
y acero de los fusiles
y alma de la resistencia,
el oro de los trigales
de España, carne morena
de la entraña de la patria
sangre que hierve en las eras
y en los cerros y en las trojes,
con un ardor de epopeya.
"Yo no sé qué tiene, madre...
este verano la siega..."
Ay, qué la copla del niño
quedó de pronto maltrecha,
cayó como garza herida
por una bala rastrera.
Mozos de huraña morisma
comprados por la revuelta
de los traidores de España
vigilaban vuestra brega.
Y el zagalillo risueño,
lira sutil de la siega,
con su cantar en los labios
murió abrazado a la tierra.
Apenas hubo un instante
de estupor. Manos fraternas
llevaron al zagalillo
como a un héroe hasta la aldea
entre canciones de gloria,
con plañidos de las viejas.
En el campo se quedaron
ellos. La bala rastrera
tuvo un picor de acicate
para los hombres en brega.
Trepaban por el collado
como soldados en guerra,
de cara al Sol de la patria
sedientos de hazañas nuevas;
de frente al fuego asesino
de las hordas extranjeras
el oro de los trigales
de España, como si hubiera
florecido con la sangre
brotaba rosas bermejas
y henchía los horizontes
de llamaradas eternas.
Bajo el silencio ardoroso
de las primeras estrellas,
una zagala bravía
lanzó de nuevo la endecha:
"Yo no sé qué tiene, madre,
este verano la siega..."
Antonio de Balbontín
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