A LA MUERTE DE CRISTO
En el árbol de la cruz
estaba Cristo pendiente,
y el cielo, el mar y la tierra
cada cual su muerte siente.
Tiene su cuerpo sagrado,
hecho de sangre, una fuente,
con la cual fue redimida
la miseria y pobre gente.
Culpas ajenas pagaba
aquel Cordero inocente,
que fue por salvar al hombre
hasta morir obediente.
En madero fue la ofensa
de nuestro primer pariente,
y en madero la redime
el que es todo omnipotente.
Mirándole está su Madre
y llorando amargamente,
y el sagrado Evangelista,
que también está presente.
Consolando el desconsuelo
de aquel dolor tan urgente,
que vida en ninguno de ellos
ni permite ni consiente.
La naturaleza humana
fue al morir correspondiente,
que puesto que allí Dios hombre
con divino amor ardiente
estuviese padeciendo
por el hombre delincuente,
en cuanto hombre padecía,
que en cuanto Dios no es paciente.
Por el divino costado
tiene el corazón patente,
y de allí sangre divina
con soberana corriente
sale lavando la culpa
de su siervo inobediente.
Y al tiempo que ya expiraba
con el mortal accidente,
los rayos del sol perdieron
su lumbre resplandeciente.
Las piedras unas con otras
combaten ásperamente;
muriendo el Sol de justicia,
no quedó cosa viviente
que no mostrase dolor,
lo sensible y que no siente;
cesó la ley de Escritura
celebrada antiguamente,
la de gracia comenzando
tan süave y aplaciente.
Quedó el hombre desde allí
de nuevo convaleciente,
capaz de merecer gloria
si viviere justamente.
Fray Pedro de Padilla
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